
Siempre que me enfrento al visionado de una película como La Huella tengo la misma sensación. Hablo de obras que se desarrollan en un único escenario y con un número fijo de participantes. Obras que podríamos encuadrar en un cine teatral y entre las que podríamos destacar títulos como La soga, 12 hombres sin piedad o La gata sobre el tejado de zinc. Y la sensación que tengo es la de fascinación con respecto a este tipo de cine. Y es que me sorprende muchísimo que estas cintas sean capaces de mantener encandilado al espectador a lo largo de todo su metraje, únicamente por el poder de la historia que recrea su guión y por la gran capacidad interpretativa de sus actores.
En La Huella Joseph L. Mankievicz nos presenta una historia en la que dos hombres de diferente edad van a verse enfrentados a causa del amor de la esposa del mayor y la amante del menor. Veremos una caza entre el gato y el ratón en la que quizás el gato salga más perjudicado de lo previsible en un principio.
En el papel del marido engañado encontraremos al magnífico Lawrence Olivier en uno de sus papeles más recordados. Y en el del joven seductor hallamos a Michael Caine, el galán inglés por excelencia que sabrá interpretar las veces del joven amante de una forma espectacular.
